viernes, 20 de noviembre de 2009

Dar gracias, paso.

Así es, mi abuelo viene con algo más y como sera costumbre, desde las manos de un tipo con problemas de madurez, haciendo una historia mientras recuerda como es ser un niño.

Caminábamos bajo los grandes techos de la hacienda, en ocasiones me quedaba estático observando lo diferente del cielo, lo claro del aire, la extrañeza del viento, solo salia de este trance con la voz de mi abuelo apurándome para comer.

Era un comedor algo gracioso, aun conservaba el horno y la estufa de leña, las paredes estaban repletos de vasos y utensilios, era obvio que solo eran decorativos, nadie podía usar todos ni cocinando 90 horas seguidas, en el centro una meza redonda, adornada de algunas salsas, una jarra de agua, tres vasos con cubiertos de diferente tipo.

Nos acomodamos como siempre en la mesa, yo me había ganado mi lugar en la mesa, parece que los adultos siempre centraban su atención en mí, cuando abría la boca.

Mi abuelo mientras devoraba sus alimentos, empezó a expresar su desagrado a las figuras religiosas locales, yo no notaba hostilidad en sus palabras, pero parecía que siempre encendía los ánimos de alguno que otro en esa mesa, por lo general la reacción de las personas que vivían aquí, era con una sonrisa en su boca, cuando chata dejaba salir el diccionario de adjetivos.

Estaba un poco confuso ante estas reacciones, y detuve la discusión para seguirles el paso, no era mi intención entrometerme, pero parecía que me estaba perdiendo de mucho.

_Abue, por que las personas creen tanto en dios – pregunte mientras la discusión aun se mantenía en el aire-.

_Pues por que si crees en él te iras al cielo como tu abuelita – respondió una tía mía, casi como se le respondería a un retazado-.

_Mira esas son pendejadas, deja te explico por que creen en dios mijo, todo empezó hace muchos años; y así comenzó su relato mi abuelo:

En aquella época, existía una tribu de bárbaros, guerreros consumados, adoradores de Odín, estos feroces humanos que subsistían gracias a la sumisión de los más débiles, no tardaron mucho en expandirse, y en reproducirse, digamos que no eran hombres de una mujer, tomaban y dejaban su prole a su paso, sin embargo, llego a haber tal diversidad de tribus en su territorio, que los que antes fueron hermanos de armas, mataban a sus hijos, violaban sus esposas y decapitaban su prole.

Al ver tal caos el jefe, llamo a una reunión, para resolver sus diferencias, primero creo un código, después hizo una ley, pero nada funciono, lo único más grande que las leyes del hombre, eran las leyes de sus dioses, pero estas les dictaban matar para ganar la eternidad, que más sagrado para un hombre de fe, que ganar el regalo prometido, así que se dio cuenta el jefe, de que lo único que podía hacer era cambiar las leyes de dios y por consiguiente cambiar de dios.

Mando varios exploradores en busca de una persona que representara una religión, y después de algunos años de búsqueda tuvo algunos en su poder.

Pidió otra reunión extraordinaria, y aun con sus diferencias todos los bandos accedieron, y comenzó el penoso desfile de los que pregonaban su religión.

El primero fue el budista. Comenzó su discurso hablando del amor entre las personas, del respeto a la vida de cualquier ser, del ser hombre de una sola mujer, del no violar, y permitir la homosexualidad y la masturbación.

La respuesta de todos, excepto por el homosexual y el travesti, expresaron estas ideas: en primera tenemos que tener sexo con lo que tengamos enfrente, en segunda, somos expertos en la guerra, no sabemos otra forma de sobrevivir, y sin mas asesinaron al monje.

El segundo fue el cristiano.

Tienen que hacer todo en nombre del señor, y les leyó los diez mandamientos, lo de poner la otra mejilla, en la expiación por ser mártir a favor de los débiles.

_Pues creo que eso no se podrá hacer, sabes, nos encanta el poder, en el campo de batalla nadie pondrá la otra mejilla, y si hacemos esto es para no ser débiles ni pobres, así que por decencia a mis hombres dejare que te devoren mis perros y sin mas lo mataron.

El tercero fue el musulmán.

Hablo de un extraño apego a la guerra, de tener las mujeres que desearan, parecía un trato justo, solo se tenia que hacer algunas oraciones hacia la Meca a determinadas horas.

El vikingo acento maravillado, las ideas parecían aceptables, y justo iba a pararse para acompañar al temeroso religioso, cuando bruscamente se detuvo.

_Oye y como esta eso de los rezos?.

_Pues simple, no importa donde, ni como se tiene que rezar.

El vikingo tomo una espada y lo arrojo fuera del recinto, todos los demás quedaron estupefactos ante tal reacción y preguntaron el por que.

_Si me tengo que hincar rezar en medio de una batalla, ten por seguro que mi cabeza estará en el suelo antes de que me levante.

Y así fue el inútil esfuerzo de los vikingos por hallar una religión, por facilitar las cosas por medio de las leyes de dios, los hombres tienen en su boca a dios y dentro de un corazón temeroso.

Después de tal relato lo único que dije fue:

_Pues yo no tendré religión, si los hombres tienen a dios en su boca, pues es mejor que la cierren, no tengo por que escucharlos si no me va a dejar comer a gusto.

Mi abuelo se sentó sonriendo, y la comida siguió su curso.

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